viernes, 7 de septiembre de 2007

Pepita Aurora

Si hay un pueblo en esta bella provincia de Cádiz que me encanta ese es Barbate. No es el más atractivo. Ni tampoco el más turístico. Ni siquiera el más monumental. Pero tiene algo especial. Quizá coincide que pasé la mayor parte de los veranos de mi infancia en la casa que mi familia tiene cerca de la playa de Zahora y los recuerdos de Barbate se amontonan entre los más bellos de una ya de por sí tremendamente bella infancia.

O quizá sea esa playa de El Carmen. O ese fin de semana de la sardiná, que se esconde ahora bajo otro absurdo nombre en esa práctica tan moderna de crear nombres vacios para realidades clásicas. O el encanto paradisíaco de la playa de la Yerbabuena. O el pinar de la Breña. Y qué decir de la mojama de HERPAC, de los pasteles de Tres Martínez, de un almuerzo en Casa Nani, justo en el Paseo Marítimo, a base de atún y tortillitas de camarones.

O su gente. Esa gente dura, nacida en un pueblo marinero que ha navegado siempre esquivando los temporales de la mar y los de la tierra que llegaban en forma de polvo blanco que destrozaba familias enteras.

Esa gente que sale a la mar, cuando le dejan, sabiéndose que se juega la vida cada día y que no va a recibir ni medallas ni homenajes, ni funerales de Estado. Ellos son gente fetén que sólo necesitan el cariño y la solidaridad de otros que son como ellos. Y yo, desde mi ventana, en mi modesta posición, les dedico este post con todo el cariño que le tengo a Barbate y a los barbateños. Vaya por los marineros del Pepita Aurora, otros que nunca volverán a su puerto de Barbate.

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