Carta a una persona libre
Estimado Rafael:
Ya sé que no nos conocemos. Hace trece años yo estaba demasíado enfrascado en mis tribulaciones de adolescente y tú ya andabas por esos caminos que nunca debiste recorrer montado en un potro maldito que te llevó sin entender cómo ni porqué de tu puente en El Puerto a una celda en Salamanca. Sin embargo, hace meses que tu nombre entra por mis ojos, mis oídos y golpea mi cerebro de persona que cree en el Derecho, en la Justicia y en todas esas ideas que hoy, cuando vuelves a pisar la calle, se rebelan como meros traidores, carceleros de miserias y marginación. Permíteme Rafael, que me tome la licencia de dedicarte unas líneas desde mi humilde rincón, esta ventana de libertad que hoy no sabe si reir o llorar.
Porque hace trece años a ti te robaron la libertad. Una libertad encadenada a la soledad, a la pobreza y a todas esas palabras que la droga, como panes amargos, trae debajo del brazo. Pero era tu libertad, la que tú disfrutabas cada anochecer en El Puerto hasta que un día alguien quiso solucionar aquel crimen al que no le encontraba solución y pensó en un pobre "enganchado" que vive debajo de un puente. De aquello hace trece años y desde entonces tus atardeceres, cuando han existido, han tenido siempre barrotes.
Hasta esta noche, Rafael. Hasta esta noche. De nuevo podrás disfrutar de la brisa dulce de un atardecer en libertad mientras que tratas de explicarte por qué coño te ha pasado a ti. Porque a ti no te han robado el mes de abril, a ti te han robado los últimos trece años de tu vida.
Los que hemos estudiado para entender de Derecho, Leyes y Justicia siempre teorizamos con la hipótesis de un inocente en la cárcel. Tú la has cumplido, multiplicada por el máldito número trece. Suponemos que las garantías están para que lo que te ha pasado a ti no pase nunca. Pero pasa. Y una vez que lo que no tenía que pasar ha pasado es bueno saber que hay gente dispuesta a volverlo del revés, aunque sea imposible hacer como si nunca hubiera pasado. Quizá no me explique, pero tú sabes lo que te quiero decir. Tú que has visto a tantos inocentes (unos de palabra y otros de verdad) compartiendo muros contigo, pero ninguno tanto como tú.
No soy quien para pedirte que los perdones. De hecho, creo que lo que te sucedió es imperdonable por mucho dinero que vayan a darte para pagar esos años. Como mucho te pediría que disfrutaras. De los atardeceres, de tu hija, de los paseos por la playa, de tu hijo, del campo, del mar... Disfruta con la cautela de quien ha visto de cerca girar la noria de la vida, pero disfruta. Disfruta de la libertad, que hoy es condicional pero que dentro de poco será tuya, toda tuya.
Y saluda a Antonia de mi parte, porque parte de tu libertad también es responsabilidad de ella.
1 comentario:
Te felicito. Un artículo francamente emotivo.
saludos.
Publicar un comentario