La nueva Europa
He consumido algunos años de mi vida en el estudio del proceso de integración europea como punto fundamental para la elaboración de lo que, esperemos, sea algún día mi Tesis Doctoral.
El fenómeno europeo nació en la década de los 50 como respuesta pacífica a la barbarie de las dos guerras mundiales que habían asolado el viejo continente. La vinculación económica entre Alemania y Francia se consideraba fundamental para evitar que el futuro repitiera las oscuras sombras del pasado. Con un objetivo económico y una perspectiva netamente posibilista nación aquella entidad que se llamó la CECA y que, poco a poco, dio lugar a la Unión Europea.
La perspectiva economicista de los tecnócratas erradicados en Bruselas invadió el espacio común del territorio europeo hasta que en 1992 se apostó por humanizar la Unión y crear aquello que se llamó la "Europa de los ciudadanos". Lastrados por el planteamiento británico, la Europa de los ciudadanos no logró nunca llegar a adoptar una Carta de protección de derechos fundamentales y, ni tan siquiera, logró que se ratificara el Convenio Europeo de Derechos Humanos.
Precisamente esta carencia alertó a determinados tribunales constitucionales ante la posibilidad de que la excusa de la Europa unida sirviera para reducir los derechos que los sistemas jurídicos de las naciones que constituían Europa habían logrado.
La ampliación de la Unión Europea a unos países del Este entregados en cuerpo y alma al neoconservadurismo "made in USA" exacerbado como respuesta legítima a los años de padecimiento comunista ha labrado un nuevo concepto de Europa muy alejado de aquella "Europa de los ciudadanos". La nueva Europa es un ente extraño que no se preocupa por los europeos sino que sólo sirve como excusa para que los neocons impongan criterios que todos creíamos superados.
En estas últimas fechas a los poscomunistas se han unido dos personajes de dudosa calaña. Sarkozy en Francia y, sobre todo, Berlusconi en Italia han decantado la balanza definitivamente hacia el abandono de los derechos, hacia la regresión en los principios de la democracia. Los últimos días se muestran dos clarísimos ejemplos de que la nueva Europa desprecia a los que un día confiamos en el fenómeno de la integración europea.
Primero, la famosa "directiva de la vergüenza" que va a justificar internamientos en prisiones de las personas inmigrantes en situación irregular de hasta 18 meses sin comisión de delito alguno y sin pronunciamiento judicial. El papel del juez como garante de la protección de la libertad individual se convierte en un papel mojado que arrojar a la taza de los desperdicios del pasado.
Algo similar ocurre con la pretendida ampliación de la jornada laboral máxima de 48 a 65 horas semanales. En el fondo de esa decisión trasluce un intento por disolver las condiciones mínimas laborales dejándolas al arbitrio de las negociación entre el empresario y cada trabajador lo que supone, en la práctica, dejarlo en manos de los empresarios.
Si algún día Europa fue una apuesta por más bienestar, esa apuesta se ha perdido y la nueva Europa ha virado irremisiblemente hacia la derecha. después se preguntarán por qué está en crisis Europa. ¿Qué ofrece la nueva Europa a sus ciudadanos?
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