jueves, 28 de mayo de 2009

Sentimiento amarillo

La relevancia que en la sociedad actual está adquiriendo el fútbol puede parecer increíble... para los no han sentido nada con ese juego. En mi caso, los mejores momentos de mi infancia y de gran parte de mi adolescencia están ligados a la pelotita. De pequeño cualquier ocasión era buena para andar pateando un balón en casa, en el colegio, con los amigos, en la playa... Creo que habría dado cualquier cosa por resultar bendecido con uno de esos dones que me hubieran permitido dedicarme al fútbol en cualquiera de sus facetas. Aún hoy aprovecho cada ocasión para jugar sin más pretensiones que pasármelo bien y, sobre todo, ganar porque mis limitaciones técnicas tratan de ocultarse detrás de un excesivo afán de victoria, aunque siempre bajo el respeto al contrario.


Lo bueno del fútbol es que para participar en él no es necesario calzarse unas botas de tacos, unos pantalones cortos y correr durante noventa minutos. El fútbol cultiva un sentimiento de pertenencia al grupo, que representa el club y que, muchas veces, lleva esa colectivización sentimental más allá de la simple escuadra para alcanzar raices más hondas en la nación, la ciudad, el barrio o el estado. Puede que tenga absurdo, poco coherente, bastante primario,... Pero yo lo siento cuando entra en juego mi equipo, el Cádiz.

Para mi el Cádiz es el club de mi ciudad, pero también es mucho más. Es parte de mi vida. Desde que mi padre me llevaba con apenas tres añitos a la grada de banco de pista de preferencia, hasta el día de hoy que aún me acompaña, aunque ahora hayamos incluido a un tercero en nuestro ritual. Espero que en un mañana seamos cuatro (o más) los que disfrutemos cada quince días viendo ganar, pocas veces, a nuestro equipo. Espero inocular en mis hijos el virus amarillo que me llegó a mi viendo a Mágico, Pepe Mejías, Kiko, Mané, Bocoya, Carmelo y tantos y tantos otros.

Estos días el cadismo está de fiesta y, por esa vinculación ciudad-equipo, Cádiz está especialmente feliz. En mi caso el ascenso logrado en Irún me ha traido a la memoria recuerdos de hace unos seis años cuando disfruté como un auténtico niño viendo el regreso del Cádiz al fútbol profesional. Un sueño que pensaba que nunca vovlería a alcanzar. Ahora con seis años más y con mucho menos sufrimiento encima, el goce ha sido más sereno, menos húmedo, más pausado. Les ha tocado a otros perseguir corriendo el autobús, bañarse en la fuente o desgañitarse gritando ante el balcón del Ayuntamiento.

Ello no obsta a que yo abra hoy mi ventana, cuando los ecos del ascenso comienzan a apagarse en Cádiz, y brinde por ese ascenso que permitirá al Cádiz jugar en Segunda el año que viene y que, sobre todo, eleva en parte el ánimo de esta paralizada ciudad.

1 comentario:

manuel rubiales dijo...

Desde la lejanía del exilio laboral, hoy visto mis recuerdos de infancia de azul y amarillo y hago también mío ese "moderado entusiasmo", propio de la madurez, que expresas en tu artículo.
Tampooco está ya uno para bañarse en fuentes, pero, qué demonios, el corazón sigue siendo amarillo.