martes, 27 de octubre de 2009

Remedios Fernández Sánchez

Probablemente el nombre que encabeza este escrito a la mayoría de los que se asomen a mi ventana no les diga nada. Incluso a mi me plantea dudas si corresponde airear cuestiones personales a través de la ventana que abrí hace bastante tiempo en internet. Lo que ocurre es que hoy hace dos meses que ella falleció y no quiero dejar pasar un día más sin darle mi público recuerdo.


Remedios, la mujer que siendo una niña sevillana se vino a San Fernando por amor y en una casa del Zaporito dio a luz y crió a cinco niños. Uno de ellos, mi madre. Y es que Remedios Fernández Sánchez era mi abuela. La única que tenía, porque Pepa se fue por siempre antes siquiera de que mis padres sellaran ante el altar su amor eterno.

Mi abuela repartía su cariño entre muchos nietos, pero a cada uno nos regalaba centenares de besos en la mejilla cuando nos veía. Recordar a mi abuela me trae al paladar las mejores papas fritas del mundo y a la memoria aquellos largos paseos de la mano de mi madre hasta la estación de la Segunda Aguada para coger el cercanías que nos dejara en San Fernando y nos permitiera pasar la tarde con ella.

Son los buenos recuerdos de una mujer que soportó con entereza la enfermedad del hombre de su vida y que lo lloró y lo añoró desde el día en que se fue. Pero recuperó la sonrisa, aunque sólo fuera por los recuerdos de una vida que, en el epílogo, ella reconocía feliz. Ya viuda, cuando íbamos a verla, siempre nos cantaba alguna de las coplillas de su infancia trianera. Hasta que la enfermedad que borra la memoria la fue alejando más y más de nosotros.

Costaba mucho esfuerzo reconocer a mi abuela en la sombra que gritaba y gemía en el salón de su casa golpeada, sin piedad, por la enfermedad que roba el espíritu. Entre nosotros sólo quedaba su rostro arrugado, su pelo de plata, su cuerpo enjuto, movido como marioneta por sus cinco hijos que cargaron sobre sus espaldas la pesada tarea de cuidar a una madre de la que sólo quedaba lo físico. Y los recuerdos. Los nuestros. Porque los suyos se los llevó la enfermedad.

Por eso, hoy que se cumplen dos meses de que su cuerpo también nos dejó quiero agitar en mi ventana el nombre y el recuerdo de mi abuela para que quede por siempre. Para que ni siquiera la maldita enfermedad lo borre.

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