sábado, 27 de febrero de 2010

De parados y Carnaval

El New York Times puso el dedo en la llaga con un artículo sobre el Carnaval de Cádiz que acabó derivando en un crudo análisis sobre la realidad socioeconómica gaditana. Un artículo, cierto es, un poco ventajista, pero que conviene tener en cuenta, porque es la imagen que Cádiz emite al exterior. La imagen, precisamente, ha quedado un poco borrosa.


Cádiz es conocida por dos cosas, su famoso carnaval y su desempleo crónico... El desempleo ha crecido hasta el 19 por ciento en España, la tasa más alta de la zona euro, tras el colapso de la burbuja inmobiliaria. Pero aquí en Cádiz, se encuentra en un asombroso 29 por ciento, y no ha bajado del 10 por ciento desde hace décadas. En otras partes de Europa, un número tan elevado provocaría malestar social profundo. No así en Cádiz. Aquí la vida sigue siendo extrañamente cómoda detrás de las cifras dramáticas, gracias a una compleja red de seguridad en la que la economía sumergida, el apoyo familiar y los subsidios del gobierno garantizan una calidad de vida relativamente alta.

Estas frases no son mías. Están extraidas del artículo que Rachel Donadio firma para el New York Times sobre la ciudad de Cádiz. En realidad el artículo tenía como intención hablar del Carnaval gaditano, pero la periodista altera el enfoque para ofrecer una visión de la situación socioeconómica que por su crudeza y su realismo nos debe llevar a algún tipo de reflexión. Es curioso que tenga que venir alguien de 10.000 kilómetros al oeste para ponernos en solfa una realidad que por conocida asumimos de forma verdaderamente exasperante. Como se dice en el mismo artículo, "en Cádiz el paro es un hecho de la vida, como el amor o la muerte".

La periodista, a la que no le preocupan las llamadas a sus jefes, porque los gabinetes de prensa de las instituciones públicas gaditana no tienen influencia en los editores del New York Times mantiene la independencia suficiente para dibujar un panorama que nos obliga a pensar mucho en la imagen que ofrece Cádiz al exterior. Ahorrémonos el y tú más, porque ya sabemos que la sociedad norteamericana adolece de muchos y gravísimos defectos. Obviemos, por una vez, el enfrentamiento político. Pensemos en Cádiz, en nosotros, en nuestra sociedad. En nuestro futuro.

¿Cuántos parados conocemos? ¿Cuánta economía sumergida toleramos o fomentamos? ¿De cuántos trabajadores sin contrato o que trabajan más horas de lo que establece su contrato hemos oído hablar? ¿A cuántas empresas que eluden sus compromisos sociales, económicos y fiscales financiamos con nuestros encargos? ¿Cuántos amigos han tenido que exiliarse por razones económicas?

A poca gente le gusta levantarse temprano para ir a trabajar. Eso es prácticamente universal. Pero nosotros hemos hecho de eso una seña de identidad y el orgullo de la flojera que cultivamos ha acabado engullendo nuestra imagen y sirviendo de justificación para propios y extraños a la hora de explicar una situación sociolaboral auténticamente dantesca. Pero es hora de reaccionar. Nosotros, como sociedad. Gran parte de los poderes públicos no están en esta lucha por la dignidad y el trabajo. Ellos lo consiguen cada cuatro años prometiéndonos lo que no nos van a dar y adormeciendo nuestras voluntades. Somos los gaditanos los primeros que debemos buscar un cambio, un giro. Quizá sea una quimera, porque a la gran mayoría le preocupa más la eterna lucha entre don Carnal y doña Cuaresma. Pero si no empezamos nosotros, esto tiene muy mala pinta. Y no hace falta que vengan del New York Times a advertirnos.